martes, 1 de octubre de 2013

Las cuentas públicas y las evoluciones de la prima de riesgo

Hace un tiempo parecía que el elevado nivel que había alcanzado la prima de riesgo era el único problema que asolaba a la economía española o, más bien, que en ese indicador confluían todos los males.

Dado lo mucho que en Economía se confunden las enfermedades con los síntomas, parecía que cada vez que este diferencial caía las cosas mejoraban y al revés, cuando subían. Llevamos ahora una temporada de cierta longitud temporal para la impaciencia moderna: tres meses ya es casi medio plazo, en los que la prima se mantiene en niveles que, siendo altos, los son mucho menos que los máximos alcanzados hace alrededor de un año.

Sin embargo, quisiera transmitir que ni es bueno este seguimiento de los niveles que alcanza este indicador, como si de la fiebre de un infante se tratara, ni creo que estemos en condiciones de lanzar las campanas al vuelo porque lleve unas semanas más bajo de lo que nos tenía acostumbrados.

La importancia de la prima de riesgo en la evolución de las cuentas públicas es muy importante, porque va indicándonos los tipos de interés a los que refinanciaremos los próximos vencimientos de deuda y el déficit público mientras este continúe. Esto es importante porque hay quien cree que nos indica el coste de la deuda y no es así: lo que nos indica es el coste que tendrá la nueva deuda que el Estado tome.

Los movimientos de este indicador no se trasladan pues de manera inmediata a las cuentas públicas, sino que se trasladan en cada nueva subasta que de sus necesidades de financiación hace la Administración. Por otro lado, los acreedores internacionales, al margen de la evolución de la prima de riesgo, lo que más le vigilan, como cualquier prestamista, es la capacidad del deudor de hacer frente a sus compromisos. Y son las conclusiones que arrojan los datos sobre la evolución del sector público los que no nos permiten ser tan optimistas.

El déficit primario de caja del Estado (la diferencia entre sus ingresos y gastos antes del pago de intereses) de los siete primeros meses de 2013 es un 25% superior al del mismo periodo de 2012. Es decir, el Estado que era incapaz de ajustar sus gastos al nivel de sus ingresos como para poder generar un diferencial que, al menos, le permitiera hacer frente, ya que no a su deuda, al menos a los intereses de su deuda, ve como dicho diferencial negativo le crece en 2.900 millones de euros en seis meses.

Esto explica que, con independencia de los vaivenes de la prima de riesgo, el coste de la financiación no pare de crecerle y, en esos mismos seis meses, haya pagado 1.900 millones más de euros por su deuda. De la suma de ambas cifras, el crecimiento total del déficit de caja: 4.600 millones de euros, un 16% más en el primer semestre de 2013 respecto de igual periodo de 2012.

Y es que a pesar de la tan cacareada austeridad, los gastos del Estado, excluidos intereses, han crecido un 3% en el periodo que utilizamos de referencia, lo que unido a la leve caída de los ingresos (-0,7%) explica las cifras anteriores. Sin embargo, el análisis de los ingresos es muy preocupante.

La caída de los mismos es casi imperceptible (500 millones de euros) pero no así los movimientos de sus componentes. Los ingresos por impuestos han crecido un 83%, especialmente gracias al IRPF (+76%), el IVA (+241%) y Especiales (alcohol, tabaco, hidrocarburos…+783%) mientras que los provenientes de tasas y del patrimonio del Estado caen un 67%, lo que explica el exiguo crecimiento final del total.

Así, después de haber caído esa posibilidad atípica de los ingresos patrimoniales del Estado (al fin y al cabo la maquinaria burocrática no es una empresa en funcionamiento aunque su enorme patrimonio genere en ocasiones algunos ingresos) y haberse incrementado en un 83% los ingresos por impuestos, el Estado sigue cosechando un déficit de caja primario que, además, es creciente.

Con ese panorama, y aunque a Italia le vaya peor, cuesta creer que las condiciones financieras de la deuda pública vayan a mejorar, lo que nos enfrenta a déficit continuos crecientes o, lo que es lo mismo, a la suspensión de pagos.

Pero no quiero ser agorero. Esto tiene solución. Es posible que la de poner orden en la estructura del Estado, desbordado, y en el tamaño del mal llamado Estado del Bienestar, no sea la que un gobierno, especialmente el de signo menos socialista de los dos que se alternan en la dirección de la Nación, vaya a hacer.

Sin embargo, lo que sí podría hacer es vender activos, en lugar de comprarlos como ha hecho para afrontar, que no solucionar, el problema bancario. Vender activos para amortizar deuda (no comprar activos emitiendo deuda, como insisto se ha hecho, en el llamado rescate bancario) en ningún caso para sufragar gasto corriente y, de este modo, reducir unos intereses que en los primeros siete meses del año han costado al Estado un 38% más que todos sus empleados en igual periodo.

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