martes, 15 de junio de 2010

El inmovilismo de los sindicatos

El único ministro de Economía del que recuerdo que fuera citado como superministro, el señor Boyer, ha declarado que los inmigrantes en paro no volverán a encontrar trabajo en España. Imagino que sus declaraciones pretenden sembrar el desánimo entre ese sector de la población con la finalidad de reducir las tasas de desempleo por la vía del retorno. También podría haber animado a los parados españoles a emigrar. Es otra forma más de reducir el problema. Pero vamos a lo que vamos.

El desempleo en España en los últimos quince años cosechó su mejor tasa en el 8,1% con el que cerramos 2004. Un 8,1%, ahora que tenemos más del 20%, parece casi pleno empleo, pero se nos olvida que ese 8,1% correspondía a algo más de dos millones de desempleados. Algo ha fallado en España todos estos años cuando se han importado cinco millones de trabajadores mientras teníamos no menos de dos millones de parados. La reforma laboral bien puede estar ahora, pero está claro que nuestras autoridades se han acordado de Santa Bárbara cuando ha tronado.

La reforma se está fijando sólo en el coste del despido, lo que parece lógico para acabar con el mercado laboral dual que padecemos por el que se ha producido un corte generacional entre trabajadores fijos y eventuales que, además, se convierte en otro problema para la generación, más mayor, de los fijos cuando se quedan sin empleo. La reforma laboral debería favorecer la inmigración interior y eliminar las bolsas de fraude que suponen algunos planes públicos de empleo agrícola.

Sin embargo, nadie se atrevió en su momento a ponerle ese cascabel al gato por miedo a los sindicatos, que ahora parece que tampoco quieren ponérselo al de las indemnizaciones. A base de inmovilismo tenemos ahora exceso de desempleados -inmigrantes y nacionales-, un desempleo juvenil cercano al 50% y un elevado paro de larga duración entre los mayores de 45 años. Podemos seguir así y esperar a que la emigración al exterior nos lo solucione. Mientras tanto, podemos seguir contemplando a los sindicatos que presumen de un sentido de la responsabilidad que sólo consiste en que no alteran el orden público.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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