miércoles, 22 de septiembre de 2010

La Tasa Tobin es una mala idea

Antes de ayer, el inquilino de la Moncloa compareció en las Naciones Unidas dentro de la Reunión de Alto Nivel de los Objetivos del Milenio. Objetivos sobre los que es más optimista que sobre otros que mantiene, dado lo que le queda al milenio para terminar. En su comparecencia, se ha unido a Sarkozy para defender una medida de esas que parecen buenas y no lo son tanto: el establecimiento de una tasa sobre las transacciones financieras internacionales, la denominada Tasa Tobin en honor del profesor que la propuso.

La recaudación pretende que se aplique a la denominada ayuda al desarrollo. Probablemente, la propuesta sea bien acogida por las autoridades occidentales trufadas de buenismo, pero de momento ha sido descalificada por muchos países en vías de desarrollo. Y se preguntarán ustedes por qué estos países más pobres no quieren esta medida. Pues es fácil de entender. Si hay que pagar un impuesto por invertir en el extranjero y otro por desinvertir, algunas inversiones dejarán de realizarse, y lo que quieren esos países es que los mercados inviertan en ellos. Además, cada vez que se compren mercancías y servicios en esos países, habrá que pagar la tasa, lo que encarecerá sus productos y los hará menos competitivos.

En el fondo, esta medida provocará algo parecido a un rearme arancelario de las naciones más favorecidas frente a las menos, y eso ya se ha demostrado en la Historia que sólo provoca pobreza e, incluso, la guerra. Recuerden el periodo de entreguerras europeo del siglo XX. Los territorios en desarrollo, por otro lado, cuando están bien gobernados, no quieren ayudas -que finalmente desincentivan el carácter emprendedor de sus habitantes y arruinarán sus mercados nacionales- y sí atraer inversiones, producir y vender su producción para recomprar a los extranjeros las inversiones que realizaron en sus territorios. Así ha pasado en los países que de verdad han experimentado crecimiento económico en los últimos doscientos años. Así que, señor inquilino, no intente hacerse ahora el simpático con el vecino del norte, porque esta no es sino una mala idea.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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