martes, 27 de julio de 2010

¡Qué viene el lobo (la deflación)!

Ya saben ustedes que esto de seguir la actualidad informativa económica no es una tarea grata, especialmente en estos últimos años, porque, como suele decirse, no se gana para sustos. Ahora comienza a resucitar la hipótesis, que parecía abandonada, de la deflación, es decir, de las bajadas de precios. Para sustentarla, los que la han resucitado se han fijado en el comportamiento de los bonos públicos norteamericanos. Así, los muy bajos tipos de interés que están alcanzando en las últimas semanas estos títulos, parecen ser un reflejo de la esperada inflación negativa, por lo que lo que se estaría ajustando son las rentabilidades reales de estos activos.

Ya les he dicho en otras ocasiones que la deflación no es tan mala como nos la apuntan las autoridades. De hecho, ha sido la gran aliada de estas autoridades para financiar sus cuantiosos déficit públicos. El incremento de la productividad en los países industrializados y semiindustrializados debería haber provocado una caída de precios en general. Y así ha sido en algunos sectores y ramas de la actividad concretos. Sin embargo, los responsables económicos suelen planteárnoslo como un problema que ralentiza el consumo porque retrasa las decisiones de consumo y de inversión.

Esto no es verdad para determinados artículos. Usted no deja de comer varios días para comprar más barato más adelante, y en lo no perecedero a veces se retrasan las adquisiciones pero no para siempre, y ni tan siquiera mucho. Piensen, por ejemplo, en sus adquisiciones personales de informática o electrónica de consumo. Los precios parece que siempre están cayendo pero, al final, cuando ustedes necesitan algo, terminan comprando.

Al final, los consumidores incorporamos ese escenario bajista de precios a nuestros actos. Sabemos que más adelante será más barato y mejor, pero compramos ahora porque lo queremos ahora. La deflación, o mejor el temor a la misma, es la excusa de las autoridades para emitir moneda con la que generar inflación. De ese modo, financian sus déficit presentes y pasados -la deuda-, en parte a costa de empobrecer un poco a los tenedores de bonos y de efectivo, y de beneficiar a los que están más endeudados entre los que se encuentran estas mismas autoridades.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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