lunes, 19 de julio de 2010

Que cada uno se jubile cuando quiera

Ahora que algunos estamos pensando en las vacaciones más que en ninguna otra cosa -y los que no piensan en ellas es porque las están disfrutando-, vuelve el tema de la edad de jubilación. Ya saben, el Gobierno ha vuelto a dejar caer su intención de alargar la edad hasta los 67 años, y la Unión Europea se lo pone fácil, desde un punto de vista de opinión pública, porque pide tres años más, es decir, que nos mantengamos activos hasta los 70. Los argumentos económicos para retrasar la edad de jubilación los entendemos todos, aunque no nos guste aceptarlos y permitamos, en ocasiones, que el hooliganismo político nos arrastre: después del retiro, incluso cuando se produce en la edad límite de 65 años, la esperanza de vida ha aumentado mucho. Por otro lado, el sistema no se basa en la capitalización, sino en el reparto que, a su vez, descansa en una natalidad que en Occidente hemos optado porque sea baja.

Sin embargo, mucho de la discusión se elimina al margen de los argumentos económicos: dejen ustedes que la gente se jubile a la edad que quiera. Devuélvanle al individuo una parte de la libertad que le han arrebatado para planificar su vida y los aspectos financieros de la misma. El que quiera jubilarse, por ejemplo a los 37, que lo haga, pero que asuma que muy probablemente su pensión sea muy, muy baja, y dejen que a los que las ganas, el tipo de actividad y la suerte se lo permita, aguanten hasta los 75 o los 80, si lo desean.

Ya sé que me van a decir que eso obliga a ir al sistema de capitalización. Es cierto; pero es que en el de reparto -al margen de los problemas demográficos apuntados-, como no existe el concepto de derecho consolidado, es decir, de propiedad privada, ya sabemos lo que pasa. Lo que dijo aquella ministra que presumía de hablar por teléfono, en bragas, con los alcaldes: que el dinero público no es de nadie. El sistema de capitalización, y la constitución a favor de cada contribuyente de sus derechos consolidados -es decir, del reconocimiento de su propiedad-, evita la irresponsabilidad de 'tonto el último' que tanto les ha gustado promover a los políticos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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