miércoles, 21 de julio de 2010

Lo mejor es enemigo de lo bueno

Si algo caracteriza a las autoridades occidentales desde la Revolución Francesa es el convencimiento del poder taumatúrgico de las leyes. Así, cualquier problema social o económico es fruto de una mala legislación que, una vez removida por otra mejor, solucionará el mismo. Este convencimiento, que nos han trasladado a la ciudadanía, hace que nos pasemos la vida exigiendo normas que solucionen todas las cuitas que tenemos. De este modo, la producción legislativa se ha vuelto inmensa y la vida de las leyes cada vez más breve, porque, además, no se espera de ellas que sólo solucionen los problemas, sino que los solucionen de manera inmediata.

Nuestras autoridades, más que gobernar parece que están enfrascadas en un ejercicio continuo de búsqueda de la norma perfecta en cada campo de la actividad humana y, como no la encuentran y surgen nuevas insatisfacciones, se pasan el día produciendo normas que sustituyen a normas antiguas o que regulan campos no regulados hasta la fecha. Un ejemplo de esto nos lo dio el usufructuario de la Moncloa, que nos amenazó la semana pasada en el debate sobre el estado de la nación de naciones, con la modificación de cincuenta leyes y ciento cincuenta decretos. Ahí es nada. Doscientas normas que, a su vez y por efecto del inevitable desarrollo legislativo, darán lugar a la modificación de miles de reglamentos, órdenes ministeriales y circulares de diversos organismos del Estado.

¿Y qué es lo que de verdad produce este afán regulador y revisionista continuo de la legislación? Pues no otra cosa que inseguridad jurídica, que es un grave mal económico. Las actividades humanas, entre las que se encuentran las que calificamos de económicas, tienden a proyectarse hacia el futuro y, aunque éste siempre es incierto, necesitan por lo menos un marco institucional lo más estable posible. Las leyes viejas tienen el valor de aportar seguridad a las relaciones entre individuos, y muchos de los errores e injusticias que tienen son corregidos en la capacidad de contratar de que disponen los que son libres. Las leyes nuevas eliminan esa seguridad cuando se sospecha que pueden volver a ser reformadas para evitar que, precisamente los individuos libres tengan capacidad de pacto. Es el refranero español: a veces lo mejor es enemigo de lo bueno.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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