lunes, 12 de julio de 2010

Lo importante es ganar el mundial

Hace treinta y seis años, estando de vacaciones en el Puerto de Santa María, mi padre dejó en la playa a mi madre y a mi hermana, y me acercó a un hotel para que viera el final del campeonato del mundo de futbol: mi primera final. Ni qué decirles tiene lo que me impresionó la retransmisión de los prolegómenos del partido, y luego el partido, por supuesto. Estaba claro que ser el campeón del mundo de fútbol, ese deporte con el que soñábamos los niños a todas horas, por el que abandonábamos a prisa las aulas, buscábamos a los amigos del vecindario, intercambiábamos cromos, y discutíamos las horas en que no lo jugábamos, era lo más importante del mundo. Nada podía ser comparable a ganar el campeonato mundial de fútbol. Por mucho que nos insistiesen en las bondades del estudio para ser alguien en la vida, estaba claro que lo que te hacía alguien era ser un gran jugador de fútbol. En aquella final, mi admiradísima Holanda, de Cruyff y Neskeens, jugadores del Barcelona, perdió contra Alemania, para mi disgusto. Entonces yo pensaba que lo que hacía grande a una nación era ganar el campeonato mundial de fútbol y, en menor medida, Eurovisión.

Algo no ha cambiado en estos treinta y seis años, y la realidad social se entiende entonces como ahora: ganar el campeonato mundial de fútbol, disputar al menos sus semifinales, es lo que distingue a las grandes naciones como la nuestra. Tal vez por eso, el Gobierno de la nación más grande de la tierra, aquella que ha ganado el mundial de fútbol, aprovechó el viernes anterior a la final para realizar importantes reformas en la regulación de sus cajas de ahorros, modificar el régimen fiscal en el impuesto de sociedades de las operaciones vinculadas, o modificar la ley orgánica de represión del contrabando -por indicarles solamente normas de tipo económico, que son las que sigo- y utilizando la terminología del Gobierno que, como ustedes saben, y aunque insista en su comunicado del viernes, no puede modificar leyes orgánicas.

Está claro que lo importante se jugó ayer, porque ni los tres Felipes de la Casa de Austria le inflingieron nunca una humillación tan grande a la Casa de Oranje, como la que se le infligió ayer.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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