miércoles, 24 de marzo de 2010

La culpa nunca es de los gobiernos

Ya saben lo que le ha pedido la OCDE a los treinta y un países miembros, las naciones más ricas del mundo: que reduzcan los estímulos fiscales que han utilizado sus gobiernos para reactivar su actividad económica, y que reduzcan su gasto público, porque la deuda pública ha alcanzado niveles insoportables. Ya ven ustedes el corto recorrido, apenas un par de años, que han tenido las medidas que nos iban a sacar de la crisis: no nos han sacado y ya hay que retirarlas. Vamos, que nos hemos puesto el supositorio para el estreñimiento, pero como hemos visto que era peor pues ahora hay que expulsarlo. Vamos, que nos lo hemos puesto un ratito.

Todo esto no muestra sino que las autoridades se han negado a aceptar que la crisis la provocaron ellas y han querido echar la culpa a la Sociedad para después aparecer como salvadores de la misma. Ahora, como no salvan a nadie y es peor continuar en el error, comienzan a aplicar la ortodoxia económica: los excesos se solucionan con austeridad. El endeudamiento excesivo con el que se ha financiado un consumo excesivo se corrige ahorrando. Esto lo saben todos ustedes y las finanzas de la Nación son la suma de la de todos ustedes y las del Gobierno.

El problema es que los gobiernos no han actuado con la prudencia con la que actúan ustedes. Las medidas públicas hasta ahora han llevado el déficit público de los miembros de la OCDE a una media del 8,25% del PIB y han hecho crecer su deuda pública desde un 70% hasta un 100% del PIB en los últimos tres años, lo que supone un crecimiento relativo de más del 40%. Es decir, estas medidas han ido en la dirección contraria. Además, la OCDE ha desaconsejado gravar el consumo con figuras como el IVA (¿les suena?) o los impuestos sobre la renta, y han recomendado buscar los ingresos fiscales en la imposición sobre los bienes inmuebles o los derechos de emisión de gases contaminantes que, por cierto, no es sino un mecanismo de mercado que atribuye los derechos de propiedad sobre el aire que respiramos al Estado como modo de preservarlo. Sin embargo, las autoridades continuarán culpándonos de sus errores a la vez que impidiéndonos responsabilizarnos de nuestras decisiones.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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