martes, 9 de febrero de 2010

Límites a los bancos

Paul Volcker, que fue presidente de la Reserva Federal en la época de los presidentes Carter y Reagan, y ahora asesora a Obama, ha comparecido en la Comisión bancaria del Senado norteamericano con una propuesta, cuando menos, llamativa: limitar el abanico de inversiones que las entidades bancarias hacen con los recursos, propios o de clientes, de que disponen, pues en el caso de que las pérdidas superen a los primeros -los recursos propios-, la garantía gubernamental cubre a los segundos -los recursos de los clientes-. Sin embargo, cuando las inversiones son beneficiosas, los resultados quedan a favor de las entidades.

En el fondo, ha descubierto que el mecanismo de cobertura de los depósitos del público funciona de manera asimétrica en favor del banquero. Pero es que además ha funcionado más asimétricamente de lo esperado porque las autoridades han ido más allá de lo que prometía el mecanismo. El mecanismo asegura los depósitos del público hasta una cantidad, pero no por encima, ni asegura la continuidad de las entidades. Sin embargo, las autoridades han incrementado rápidamente el importe de los depósitos asegurados y, lo que es más peligroso, han asegurado la viabilidad de las entidades que han asumido un riesgo excesivo. El Senado de los EE.UU parece que ve difícil la puesta en marcha de la medida que propone Volcker. Pero no porque le parezca peor o mejor, sino porque con todo el sentido común ve que es complicado hacer cumplir una norma como la que se propone. Y es que muchas veces no se cae en la cuenta de que ya hay mucha legislación bancaria, de mejor o peor calidad, pero tanta que es difícil, en ocasiones, vigilar su cumplimiento.

Comparto con Volcker su interés por acabar con los efectos perversos que el aseguramiento de los depósitos parece producir en los banqueros, pero la solución no me parece que venga de prohibir actividades que, en principio, no pueden ser ilegales porque no son inmorales. De hecho, ya hay mucha regulación, como la conocida como Basilea II, cuya finalidad es asegurar que las entidades asumen riesgos que pueden soportar y que, sin embargo, no nos ha evitado los problemas que padecemos. No nos los ha evitado porque el riesgo no existe cuando otro corre con las consecuencias y porque, como bien se ha dicho, este riesgo es sistémico, es decir: de sistema y quienes los han creado son los bancos centrales con su absoluta libertad para emitir moneda, primero, y las autoridades corriendo con el gasto de los platos rotos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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