jueves, 18 de febrero de 2010

Deuda pública

Ya ni la deuda pública es lo que era. Ya ven ustedes que los Estados Unidos han comenzado a detectar ventas de cierta importancia por parte de los inversores internacionales de los bonos emitidos por su gobierno y que España, a pesar de algunos comentarios triunfalistas, ha tenido que subir la remuneración de sus bonos a largo plazo en la última subasta en un nada despreciable 0,12% anual para poder colocarlos. Nada despreciable porque, entre otras cosas, lo pagamos usted y yo con nuestros impuestos.

Pero esta no es la única noticia que afecta a los bonos públicos. A principios de este año ya se comenzaron a escuchar voces que empezaban a exigir que los bonos públicos dejaran de considerarse por las regulaciones financieras como activos libres de riesgo. Vamos, que estaban diciendo que los bonos emitidos por un gobierno, incluso en su propia moneda, dejaran de considerarse como operaciones sin riesgo. Los emitidos por un gobierno en una moneda distinta a la propia siempre se consideraron sujetos a riesgo, pues el gobierno en cuestión necesitaba, como cualquier deudor en moneda extranjera, adquirir la divisa para hacer frente a sus obligaciones.

Sin embargo, en su propia moneda, un gobierno siempre puede fabricar los billetes necesarios para pagarla. Esto parecía que se evitaba -que el gobierno fabricase los billetes- separándolo de su correspondiente banco central, pero desde que estos últimos aceptan los bonos públicos como garantía de las operaciones de crédito a los bancos privados, resulta que los bancos centrales fabrican toda la moneda que los primeros necesitan para suscribir la deuda pública. Vamos, que la deuda pública comienza a representar los activos de un banco central que no tiene reservas metálicas sobre su propio gobierno. Lo que hace que ni la deuda pública de un gobierno ni la moneda emitida por su banco central tengan valor alguno. Y esto comienzan a detectar los mercados que ha llegado demasiado lejos. No otra es la razón por la que el oro y la plata lleva una década de subidas.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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