jueves, 3 de diciembre de 2009

El verdadero problema: la banca central

Ayer Don José Ramón Inguanzo, el ilustre director del programa Primera Hora, de Gestiona Radio, lo pasó mal. En la tertulia de las 7.30 de la mañana quería que los asistentes habláramos de tres o cuatro temas distintos y, al final, sólo se habló de uno: el incremento de las competencias de la intervención pública en el sistema bancario, y porque nos echó, casi con violencia, a todos del estudio, que si no, allí seguimos.

Ayer también, el individuo que usufructúa el Palacio de La Moncloa nos estuvo contando las bondades de la Ley de Economía Sostenible entre las que incluyó el refuerzo de las competencias del Banco de España y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, para evitar otra crisis como la que hemos sufrido. Y eso, mal que le pese al usufructuario, no se conseguirá incrementando las competencias de los supervisores. Ni reduciéndolas tampoco. El problema de la crisis no está en un fallo de la supervisión, ni tan siquiera en la escasez de medios de la misma, como suelen afirmar los intervencionistas para los que el sector público no falla sino que siempre tiene escasez de medios.

El problema de la crisis lo crea el sistema de banca central con el que nos hemos dotado, que es un fallo público en sí mismo y que cuando las cosas llegan muy lejos requiere que los supervisores se relajen un poquito, o que se varíen las normas contables como ha sucedido recientemente, para taparle las vergüenzas de sus equivocaciones al banco central correspondiente, ya sea el Central Europeo o la Reserva Federal. Cuando eso no basta, vienen las ayudas que no sólo cubren los errores públicos sino también los privados, aquellos que son sólo imputables al banquero.

Robert Aumann, premio nobel de Economía en 2005 por sus aportaciones a lo que los economistas llamamos la Teoría de Juegos, ha declarado recientemente: "Los planes de rescate crean incentivos erróneos que conducen a crisis futuras". Eso es todo. dejemos de cobrar impuestos a los pobres para cubrir las equivocaciones de los políticos y de los banqueros que se han equivocado. Permítannos distinguir entre políticos y banqueros buenos, y los que no lo son tanto. Lo contrario es un incentivo al comportamiento moral desviado.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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