lunes, 30 de noviembre de 2009

Lo saludable de las quiebras

Ya tenía yo ganas de escuchar algo así, porque hasta la fecha parecía que sólo un grupo de frikieconomistas (algunos con todos los títulos habidos y por haber) y yo manteníamos lo que ha dicho Miguel Martín, presidente de la Asociación Española de Banca y, lo que es más importante para esto, antiguo subgobernador y director general de supervisión del Banco de España.

¿Y qué es lo que ha dicho Don Miguel? Pues algo muy razonable: que eso de que los grandes bancos no pueden caer es un gran camelo. Lo importante, como ha afirmado en unas jornadas acerca de la regulación de los mercados y la ordenación bancaria, organizadas por la Abogacía General del Estado, es intentar que los riesgos de contagio y los costes sean los menores para el resto del sector. En este sentido, apuntó a lo ilógico que resulta que las entidades que figuran en los primeros puestos del ranking mundial de solvencia sean aquellas que han gozado de la ayuda pública porque estaban en situación delicada, frente a otras como las principales entidades españolas que, como no han estado en peligro, no han gozado de tales ayudas. Y esto, Don Miguel, es extensible a todos los sectores de la economía.

Una compañía necesita tan sólo tener acceso a las autoridades -lo que suele ocurrir cuando es suficientemente grande o está suficientemente bien conectada con la clase política como para ser recibida por un ministro- para que sus problemas comiencen a ser nuestros problemas. De este modo, los estados modernos, con la excusa de solucionar lo que denominan como un fallo de mercado, han creado una clase empresarial que opera al margen del mercado porque nunca pueden recibir la máxima sanción de éste: la quiebra. Sanción que, por otro lado, es muy saludable para asegurar el crecimiento económico general y procurar el bien común que nunca es el bien de unos pocos. La quiebra no es un fallo de mercado, es un mecanismo más del mercado. Cuando se evita por la intervención pública, lo que falla es el Estado que se ha vuelto a meter donde no le importa.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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