miércoles, 4 de noviembre de 2009

El mercado es ecológico

¿Se han preguntado alguna vez por qué determinadas especies animales susceptibles de aprovechamiento por el hombre no están en peligro de extinción, y otras sí? Pues en la mayoría de los casos porque las primeras tienen dueños y las segundas, no. Dicho de otro modo, porque sobre algunas de ellas se ejerce la propiedad privada y en cambio a las otras, como no tienen dueño, se las esquilma. Como ven, el mercado es de lo más ecologista, aunque a los ecologistas no les gusta nada el mercado. Y si no me creen, plantéense qué medio ambiente está mejor: ¿el de la antigua Alemania comunista o el de la antigua Alemania Occidental?

Pero vamos a hablar de ecología y vamos a ver alguna de esas tonterías que de vez en cuando se ponen de moda como el calentamiento global del planeta, que sólo ha servido para que Al Gore se haga rico paseando en avión privado. Ahora resulta que las vacas producen el 18% de los gases de efecto invernadero cuando expelen los mismos desde el interior de su aparto digestivo. Vamos, que no hay nada menos ecológico que una vaca pastando y de seguir con la tontería ecologista, vamos a tener que dejar de tomar chuletones para volvernos vegetarianos. Claro que de ocurrir eso, a lo mejor los que comenzamos a expulsar los gases de efecto invernadero somos nosotros en lugar de las pobres vacas.

El mercado, al que acusamos de todos los males que nos afligen, cuando está libre de interferencias públicas, facilita la responsabilidad de las personas sobre sus actos y, por tanto, sobre su patrimonio, lo que incluye la tierra y los animales. Es cierto que sobre determinados bienes de difícil apropiación privada, como el aire, se ejercen abusos, pero precisamente por eso, porque carecen de dueño. Así, los mecanismos desarrollados para evitar la contaminación del aire en los últimos años, como son los derechos de emisión que cotizan en los mercados, son aportaciones teóricas de economistas que creen en la libertad individual, la propiedad privada y que los contratos están para cumplirlos. La ecoprogresía que nos aflige, si nos descuidamos, nos prohibirá los chuletones primero, y nos dejará sin lechuga después.


Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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