martes, 24 de noviembre de 2009

Cambiar la Constitución

Nos suele gustar mucho hablar en España de la necesidad de reformas estructurales cuando mantenemos un debate sobre nuestra situación económica. Es realmente un modo de no hablar de nada, porque lo primero en lo que se pierde el tiempo es en definir qué aspectos de la economía necesitan una reforma estructural. La reforma estructural de la economía española es la Constitución que, en los artículos 128 al 136, intenta conciliar objetivos y medios incompatibles como son, por ejemplo, la planificación de la economía por parte del Estado con la libertad de iniciativa privada.

La planificación de la economía es un error científico, como han demostrado desde hace al menos más de setenta años insignes profesores de economía como Mises, Hayek o Ropke, a los que la historia dio la razón el día que cayó el Muro de Berlín y se vio el éxito económico que supuso dicha planificación, pero es que, además, siempre acaba expulsando a la iniciativa privada que termina por desaparecer. Pero no tenemos que irnos a ejemplos de tanto calado para entender que las actuaciones públicas en materia de economía están llenas de inconsistencias que las hacen, no voy a decir inútiles, sino perniciosas. Por ejemplo: ¿qué sentido tiene un impuesto progresivo sobre la renta, que intenta reducir, en teoría, las diferencias entre ricos y pobres, cuando el Estado promueve a su vez un sistema de loterías que en un golpe de suerte hace un rico de la nada?.

Pero no piensen que lo que me parece mal es la lotería, porque no. Lo que me parece realmente impresentable es el impuesto progresivo y la excusa con la que el Estado lo justifica. La última de estas actuaciones absurdas tiene su base en materia de política de sanidad pública -política que en los próximos años se convertirá en la base de la opresión-, y que afecta a las libertades individuales y a la libertad económica: el Gobierno va a prohibir a las cadenas de hamburgueserías regalar a los niños un juguete por consumir en sus restaurantes. Si las hamburguesas son tan malas o las cadenas engañan en su publicidad, prohíba las hamburguesas o su publicidad, pero ¿por qué impide al comerciante promover su negocio honradamente? Más publicidad engañosa hubo en la promesa de los 400 euros en las últimas elecciones.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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