miércoles, 28 de octubre de 2009

Cuando los gastos superan los ingresos

Está claro que hoy hay que hablar del déficit público tras la presentación que hizo ayer la Secretaría de Estado de Hacienda. Si vienen leyéndome, es posible que hayan concluido que debo ser un enemigo declarado del déficit público. Pues no es así. Entiendo la existencia del déficit público, igual que el año que cambio de coche, reformo mi casa o me compro un apartamento de recreo incurro en él: porque ese año es imposible que la diferencia entre mis ingresos y mis gastos, mi ahorro, me permita hacer frente a un desembolso tan grande como los de los ejemplos que les he puesto. Así, el año que algo así ocurre sólo me queda, o tirar de ahorros acumulados en años anteriores, o vender algo que ya no necesito o quiero, o endeudarme. Y al Estado le puede y le debe pasar lo mismo. Un año determinado -porque hace un gran gasto extraordinario- necesita, o vender algo o endeudarse, porque lo de tirar de ahorros en el caso del Estado va a ser que no.

Sin embargo, de lo que sí me aseguro en mis finanzas personales es de que mis gastos corrientes (comer, vestir, educación, un poco de ocio, por ejemplo) no superen a mis ingresos. Eso me asegura mantener mi nivel de vida, que podrá ser mejor o peor, pero es el que puedo mantener, y me permite hacer frente a esos grandes desembolsos de los que les hablaba, cuando vienen o son necesarios. Y esto es lo que me parece que no está haciendo el Gobierno actual. Sus gastos corrientes comienzan a superar peligrosamente a sus ingresos corrientes. Es cierto que sus ingresos podrían mejorar en el futuro si la situación económica se recupera, y que determinados gastos, como el desempleo, podrían reducirse, pero también es posible que eso no llegue a ocurrir, o al menos no llegue a ocurrir en las cantidades necesarias para asegurar la viabilidad financiera del Estado.

Lo que me preocupa es la tendencia de este Gobierno, de los anteriores y de todas las Administraciones Públicas en general, a asumir cada vez más compromisos de gasto corriente prometiéndonos nuevos servicios, muchos de los cuáles no pueden considerarse como de primera necesidad, servicios que además no les hemos pedido, y que bien podrían ser dados por el sector privado a aquéllos que los soliciten y los paguen.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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